lunes, 28 de junio de 2010

El asesino

El estuvo frente a ella cuando estuvo triste, hablaron de versos perdidos y de poetas que habían sido maldecidos por caracterizar la novela y el sentimiento en las brumas de la perdición, hablaban de ciudades perdidas, de cadáveres sobrepuestos frente a los errantes soñadores de la vida. El sabia que ella sufría de diferentes modos, su dolor se interpretaba de varias lenguas, denominaciones pero vivían en la misma canción.

Mientras el soñaba, era alcanzado por el grito postrero de aquella joven, se volvió a hundir en al amargura excitante que le provocaba verla llorar, sus lágrimas predicaban grandes cosas, su fatal destino que llegaría con caricias del mismo tiempo, como una fuga de brisas negras que acaba de destilar dolor en su ventana; no sabia si era gloria para los perdidos Dioses, o los príncipes vagaron tanto que se olvidaron de sus propios escrúpulos y de la vida que se extinguía de inmaculada melancolía.

Pasaron los días y en su cabeza soberbia sabia que las anécdotas que guardaba de ella se habían vuelto blasfemias para su dolor, que los sangrientos labios rojos que pronunciaban exquisitas calumnias acerca de un dolor que no conocía lo tenía imnotizado, casi atrapado.

Mientras una mente se perdía por la historia de un corazón, viendo fantasmas de las suplicas de ella, se la eternidad que se le escapaba de las manos y del tiempo reverendamente terco que se obstinaba en pasar lento, distante, como si la pasión de la violencia con la que lloraba no fuera suficiente para ella y su débil cuerpo.

Durante varias noches, vagaron ideas oscuras sobre su mente, donde no habían ni rosas, ni halagos para ella, predicaba el canto del poeta errante, encorvado en el rincón con el cuello desgarrado por tanto hablar...

En la muerte de la muchacha solo tengo que callar
se llenan los días de tristeza al dejar su sombra
se predica una guerra entre el alma y la vida
en la muerte de la muchacha solo tengo que callar

Entre su espalda y la pared, había diseñado el plan perfecto para deshacerse del dolor que circulaba por las venas de aquella muchacha, pero aun así, luchando contra el dolor y una vieja espalda, tendría que matarla, bajo la noche quería solo tener de testigos a la muerte y al firmamento.

Hablaron la noche siguiente, mientras pasaban los minutos y el espíritu de el se empeñaba en apasiguar a las grotescas iras que emanaba por la religión perdida y el alma completamente dominada de la muchacha.

La llevo a su casa, ella se quedo dormida en el sofá, un pequeño cuerpo que se reflejaba debajo de la luz tenue de aquella habitación, el, no tenia la fuerza suficiente para dejar el acecho y la cubrió con seda; sabia que ella había hecho cosas grandiosas, rezar oraciones y embelezarlo con toda la gloria que poseía en aquel instante.

Mientras dormía la apuñalo, en el corazón un blanco sólido desde que la conoció, la luz del cuarto se torno oscura, como si se formaran armas contra pecado que tuvo ritmo en glorias malditas.
La besó y el último que robo su último aliento fue su asesino
La acarició y el último que sintió su piel cálida fue su asesino
La miró y el último que vio tanta perfección que encarnaba su cuerpo fue su asesino
La ultima vez que la vio con vida, fue su asesino
Desde aquel día, el asesino espera el cortejo de la luna para invitarlo a que rompa con las guerras con las que vivió desde que la conoció, después de esa historia el dolor son como gotas de lamento y de vacilación que llama a viajeros como si fuera una vil canción que es profanada cada vez que la historia se repite.

No hay comentarios: